Instagram Feeed

Username field is empty.

Username field is empty.

La cíenaga grande de santa Marta desde Tasajeras.

La semilla II

Pasó más de un año antes que Martha y yo estuviéramos volando hacia Bogotá.

Lo primero fue hurgar dentro la guía Lonely Planet, como la semilla que espera su momento para brotar, el papelito con el teléfono de Juancho Lobelo esperaba ver la luz. Lo llamamos sin muchas espectativas de que contestara, pero su voz áspera salió a travéz de los vericuetos del Skype. Con su memoria intacta, como si hubiéramos hablado ayer, nuevamente estaba a las órdenes para transportantnos a Nueva Venecia. Le pedí un contacto en el pueblito, alguien de su confianza que nos puediera alojar por unos días.

En Nueva Venecia no hay hoteles, ni posadas, ni albergues. Cada casa es un universo separado por agua de las demás. Dentro de ese orden establecido por generaciones, tendríamos que encontrar un espacio nosotros para pasar allí una temporada que nos permitiese conocer a los pobladores, su relación con la cancha de fútbol, con la ciénaga que los rodea y maraca el ritmo de vida y las huellas de la masacre a manos de paramilitares que los azotó en el año 2000.

Así conocimos a José Donado. Era casi imposible decodificar la conversación por el ruido en la línea, pero nos pareció entender: – se quedan en mi casa, yo los invito y ustedes pagan la comida que les prepare mi mujer.

Entre Bogotá y Barranquilla el avión pone una hora, después un taxi hasta la terminal de buses y de ahí a Tasajeras. Juancho Lobelo nos esperaba, “con una lancha que había conseguido”, para llevarnos hasta Nueva Vencia. Barranquilla es un caos de motos, coches, camiones, bocinas, transeuntes, olores, gritos y colores. Sentarnos en el bus para emprender el viaje de una hora y media a Tasajeras fue un oasis para los sentidos saturados por tanto estímulo.

En Tasajeras los pescadores habían cortado la carretera en protesta por los continuos cortes de luz que sufrían generando un atasco de varios kilómetros en la ruta. El viaje de hora y media se transformó en cinco horas y al llegar a la casa de Juancho Lobelo ya atardecía. Por segunda vez me dijo:  – ya es muy tarde, hay mucha briza y la ciénaga se pone maluca. Lo mejor será hacer el viaje mañana, si las condiciones del tiempo mejoran. –

Dejá un comentario